jueves, 10 de junio de 2010

OTRO LADRILLO EN EL MURO (P.F.)

Se encontraba sentado de nuevo en aquel paraje solitario. Se consumía el cigarrillo en su mano, sin apenas haberle dado dos caladas.
Su barba se había vuelto blanca y espesa, sus ojos destellaban tristeza, se le notaban las costillas y su mente seguía recordando aquellos días de gloria.

Distinguió a Lily, su nieta pequeña, correteando por la casa familiar y jugando con el viejo gato. Su gato... Si pudiera hablar aquel animal... Lily no se percató de la presencia de su abuelo Pinky. La observaba. Era feliz, como lo había sido él hasta aquel fatídico día...


Estalló la II Guerra Mundial, una guerra donde la idea de progreso se había puesto al servicio de la destrucción masiva. Su padre fue un luchador nato. Al recordarle sus ojos se volvieron a entristecer y clavaron su mirada en la pequeña niña. Ese día él tenía seis años. Se preguntaba por qué su padre había abandonado la casa, vestido de militar. Lo vio alejarse en una camioneta verde... Pinky estaba como su nieta ahora, jugando en el solitario paraje británico. Recordaba con nostalgia la rata que recogió a la orilla de la acequia que pasaba por allí. La guardó durante dos día en el taller de su padre, pero no resistió al frío.
Aquel día su madre estaba sentada en la mercedora. Era un bonito día de primavera y las flores lucían sus pétalos al cielo. El teléfono ocupaba el lado derecho de la mesa redonda. En una cuna dormía su hermana plácidamente. Y aquel sonido la despertó... Fue la llamada más triste de todas... "¿Señora de Floyd?... ... Su marido ha caído en combate contra los alemanes". Escuchó los llantos de su madre, y de su hermana.
Su madre le había querido con locura, intentando protegerle de las féminas arpías, de las enfermedades... Cuando tenía fiebre, ella estaba ahí...Pero echaba de menos a su padre... Soñaba día a día con su madre durmiendo en la cama de matrimonio y veía el cadáver putrefacto de su padre al lado. Pinky gritaba, y su madre iba a abrazarlo. Y así, noche tras noche.
El mundo no le gustaba. El desastre tras la guerra hizo que se creara su propio escudo protector. Odiaba a las mujeres, odiaba su vida y odiaba a la sociedad. Tenía miedo a los profesores. Eran seres despreciables que defendían la alienación, la violencia y el maltrato. También los odiaba. Se evadió en el mejor mundo... El mundo de la música. Pinky cerró sus viejos ojos y rememoró los momentos vividos con su grupo de rock que le hizo tocar las estrellas y ser el dueño de su pequeño mundo. Con sus canciones podían criticar el sistema, podían incitar al cambio... Pero aquellos martillos alienantes chocaban contra su cabeza una y otra vez, y volvía a ver el cadáver de su padre en sueños.
Se volvió loco. Se refugió en las drogas, el sexo desenfrenado, el alcohol y el tabaco... Tenía ansiedad, la fama se lo había comido. Su mujer lo amaba pero ese odio que tenía al sexo opuesto le impedía quererla... Se casaron... Nunca sabrá por qué. Y tuvieron una hija, aunque tampoco supo si realmente era suya o no... Su mujer le era infiel.
Recordó esa noche... Su mujer volvía de follar con su amante. Él estaba mirando la tele. Hablaban de política, de la subida del consumo y... de la Guerra Fría. Sarah le acarició la mano... Pinky sintió que le ardía y su locura estalló como nunca antes. Rompió todas sus guitarras, le tiró los muebles encima a Sarah, aunque logró escapar; destrozó mesas, sillas, apuñaló su propia almohada y tiró la televisión por la ventana... Hizo añicos la hermosa cristalera que envolvía aquella mansión y gritó al aire, clavándose los cristales en la palma de la mano: "Jodeos hijos de la gran puta".
Tras este momento de furia necesitaba pensar. Creía en la libertad, en la paz, pero no podía hacer nada si nadie lo seguía. Ya no había conciertos, y Marcus, su amigo y batería del grupo había muerto de sobredosis en la cama de una prostituta mulata. Las convocatorias a manifestaciones crecían y él, allí estaba, en su piscina,tumbado bocarriba, con la mano chorreando sangre. Veía el muro... Veía los martillos desfilar imponentes ante personas diminutas... Estaba loco, estaba sujeto a una sociedad odiosa... Y pensó: "si no puedes con el enemigo, únete a él."
Y lo hizo... Fundó su propio partido. Un partido similar al Nacional Socialista de Adolf Hitler. Su emblema: dos martillos cruzados. Un partido totalitario. Las campañas no fueron mal, tenía seguidores... Estaba loco... Y lo sabía. Su padre se le aparecía en sueños de vez en cuando, y repetía una y otra vez: "Me has olvidado", "no luché en una guerra contra el nazismo para que te convirtieras en uno de ellos", "a partir de ahora las caras de la gente serán máscaras que te sonríen cuando lo que desean es matarte". Aquellas palabras se le clavaron a Pinky Floyd como puñales en el estómago. Pero continuó... Persiguió y torturó a negros, a homosexuales, a liberales, a todos...
Pasó veinticinco años en Bélgica, vagando por las calles de Gante intentando curar su locura. Solo. Y se enteró al volver a Londres de que tenía una nieta llamada Lily. Era preciosa. Regresó al hogar familiar y se sentó. Observó a su hija, a su marido... y a su viejo gato. Se consumía el cigarrillo en su mano, sin apenas haberle dado dos caladas. Miraba a la pequeña niña, y a sus padres... Parecían felices, parecía que todo había cambiado... Pero él sabía que no. El mundo es así por naturaleza. Él, y su familia, eran tan sólo un ladrillo más en el muro.
Gracias Escanciador de Palabras.
"Este relato ha sido escrito por Aleyt van Aken, blogger invitada a Escanciador de Palabras".

2 comentarios:

  1. Jaja. No lo puedo evitar. Es como hablar con una pared que no solo no entiende ni escucha sino que vuelve a la carga!. Sumando eso a mi agobio fácil y a mi carácter la mezcla es desquiciante!
    Qué bonito relato! :)
    Y qué agradable volver a leernos!

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  2. el lunes vi la película (otra vez) paranoia pero interesante al fin y al cabo. solo puedo decir; "we dont need no education"

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