domingo, 26 de diciembre de 2010

sangre

Recibió las primeras muestras muy temprano esa mañana. La verdad es que sabía desde ayer que los del hospital se darían prisa, esos días tenían mucho jaleo. Desde que los medios de comunicación se hicieron eco días atrás de de esa posible "pandemia", como decían, de un nuevo tipo de gripe, la alarma social empezó a sonar y eran muchas las personas que estaban acudiendo a hacerse análisis de sangre. El laboratorio se encuentra en el sótano del hospital, pero el doctor Ricardo Lumen no sentía ningún tipo de envidia hacia las enfermeras de la planta baja, que trabajaban en unos despachos con mucha luz y tenían trato directo con las personas. No, eso a el le daba igual. De hecho, lo prefería así. Desde siempre se sentía más cómodo en ambientes más oscuros y, cuanta menos gente hubiese alrededor para relacionarse, mejor. La luz fluorescente del laboratorio tintineaba y no se molestaba en cambiarla. En una ocasión, el bedel del hospital entró con la intención de hacerlo, ya que se lo había dicho la limpiadora. Pero esa noche el doctor Lumen se había quedado trabajando hasta tarde y se lo impidió, aunque le costó. "Déjelo, yo soy el que trabaja en esta sala y a mi me gusta así". "Pues se le va a acabar fundiendo". "En ese caso, deje aquí el recambio y, cuando eso suceda, yo mismo lo cambiaré". El bedel acabó dándose por vencido, contra su deseo, y abandonó la estancia soltando improperios sobre el ego y la soberbia de todos los médicos.
La primera remesa de muestras era de 25, como siempre. 25 relucientes y vidriosos tarros con fresca sangre. Podía sentir el rojo líquido moverse aún, como si tuviese miedo de escapar del cuerpo que lo contenía. Sí, al doctor Lumen le gustaba la sangre. Y, cuanto más fresca, mejor. Pero tenía que resistirse, había gente que esperaba que fuese analizada. Ya no solo los ex-propietarios o contenedores de sangre, como a él le gustaba llamar a las personas, si no sus jefes. Y no podía arriesgarse a perder ese trabajo, el trabajo ideal. No, no podía perderlo por nada del mundo. Así que debía analizar cada una de las muestras que le llegasen. Pero, por suerte, la cantidad necesaria para su análisis era menor de la que le llegaba en cada tarrito. Así que, aún resistiéndose, podía beber. Aunque trabajaba solo en ese lóbrego laboratorio, no solía llevar a cabo su vicio secreto a la vista de un posible visitante. No había muchas personas, digamos, que le visitasen, pero toda precaución es poca. Así que se dirigía a un despacho contiguo al que se entraba por un lado del laboratorio. A la vista del "público" siempre lo tenía cerrado con llave cuando el no estaba y ninguna otra persona que no fuese él no había entrado nunca. Ese día, tan solo unos segundos después de recibir las muestras, ya se estaba metiendo en su despacho.

La enfermera jefe estaba bastante contenta con la chica que le habían mandado esa misma mañana a hacer las prácticas de extracción. Se llamaba Carolina y, al principio, la chica estaba un poco nerviosa, pero era normal. Había pensado en el día en que le sacó sangre a alguien por primera vez: temblaba de miedo, aunque intentaba con todas sus fuerzas que no se le notase. Fue en vano, ya que tuvo que pinchar tres veces a un paciente, sin éxito. Su supervisora acabó de hacer el trabajo y luego le echó una bronca que oyeron todos los presentes en la planta. Sintió mucha vergüenza, así que se propuso no ser muy dura con aquella chica de prácticas. Aunque tampoco mostrarse débil, ya que no le gustaban mucho las maneras de la juventud de hoy en día. Pero estaba contenta. La chica solo había tenido un problema, con el primer paciente, al que tuvo que pinchar dos veces, ya que la primera no tuvo éxito encontrando la vena. Pero ella le dijo que no pasaba nada, que intentase no ponerse nerviosa. Se relajó y, a partir de ahí, lo hizo todo bien. Pero unos momentos después de enviarle por un montacargas directo entre la enfermería y el laboratorio las muestras al doctor Lumen, se dio cuenta de que Carolina había hecho otra cosa mal. Vio que había una pegatina que no había puesto en un tarro. Un tal Mateo Luna se había quedado sin identidad en el laboratorio. Le dijo que estuviese más atenta la próxima vez y la mandó al laboratorio a darle al doctor la pegatina para que la pusiese donde correspondía.
Carolina salió de la sala de extracción un poco preocupada por sus dos errores del primer día. Pero mientras caminaba hacia el sótano, se dijo a sí misma que no se preocupase, que los primeros días de todo el mundo nunca son perfectos. Que su supervisora seguro que también tuvo sus errores. Aunque no se imaginaba, después de unas horas con ella, que ni el primer día pudiese haber tenido ningún tipo de error. Ya estaba llegando al laboratorio. Pensaba que ella nunca podría trabajar en un pasillo como aquel. Muy oscuro, muy deprimente. Como ningún paciente tenía permitido el paso allí, la dirección del hospital no ponía mucho esmero en adecentarlo y las paredes estaban llenas de humedades y desconchones. Les hacía falta un par de capas de pintura. Y hacía frío. Ya estaba frente a la puerta. Llamó con los nudillos, pero nadie respondió. Esperó unos segundos y volvió a intentarlo. Nada. Pensó que, quizá, el doctor Lumen estaría tomándose un café. Y sonrió al pensarlo. Con un poco de suerte no habría visto las muestras aún y no se habría dado cuenta de su error. No le agradaba la idea de que otra persona que no fuese su supervisora se diese cuenta de que lo había hecho mal. Así que entró, dispuesta a subsanarlo antes de que el doctor volviese. La estancia estaba vacía y, entre los aparatos, buscó las muestras. No estaban por ningún lado. Escudriñó la habitación en busca de algún rincón donde pudiesen encontrarse, pero no las vio. Eso sí, se dio cuenta de una puerta cerrada al otro lado de la sala. Había que fijarse bien para verla, la verdad, ya que se disimulaba bastante bien con el resto de la pared. Pero el pomo la había delatado. Se acercó y pegó la oreja. Oía música clásica. Así que no había salido a tomar café, si no que se habrá llevado las muestras a su despacho, pero no entendía por qué, ya que los aparatos para su análisis no se encontraban ahí dentro. Abrió la puerta y lo que vio le dejó asombrada: un señor canoso y con barba, que vestía una bata blanca y que dedujo que se trataba del doctor Lumen, se estaba bebiendo el contenido de un tarro. ¡No podía ser! Cerró los ojos un segundo y, cuando los volvió a abrir, vio que ese hombre la había descubierto y la estaba mirando. Con ojos de ira.

...

4 comentarios:

  1. Vampiros... tema recurrente pero complicado... Espero la segunda parte!

    ResponderEliminar
  2. a pesar de todo y no se porque no he pensado en ningún momento que fuera vampiro, y por eso me ha gustado más... cosa de adicciones.

    ResponderEliminar
  3. vale, no vampiro en el sentido estricto de la palabra, más bien esto: http://es.wikipedia.org/wiki/Vampirismo

    ResponderEliminar
  4. Ostia, según lo estaba leyendo parecía un relato erótico de esos que leo cuando... ¡Bueno!, qué tal?
    Al principio pensaba que hablabas de la temida gripe A! Pero esta bien darle un enfoque como se merece a la sangre, que tanto vampiro teenager nos tenía amariconados!
    Ahora en serio, me está gustando mucho! mañana leo la segunda parte y te doy un poquitín más la vara!
    Por lo demás qué tal? cómo comienza el año?

    ResponderEliminar